
No pensar... Como si siguiéramos el llamado repentino de alguien inmaterial. Quizá no una voz, sino... un cúmulo de trinos extraviados... cadencia de sonidos refinados que decretan nuestra fuga inevitable.
Sin equipajes tradicionales ni dinero. Pero llevando con nosotros cantidad de pequeños afectos, recuerdos y experiencias. Menudencias que juntas suelen hacer pesadas nuestras alforjas, pero a las cuales necesitaremos recurrir de tanto en tanto para aferrarnos, como a una cuerda oportuna para evitar que los pies toquen el fondo de un abismo posible.
Salir sin esa preparación previa para los hechos insólitos...
Realizar un crucero azaroso por la vida. Experiencia lúdica, creativa, con esos conceptos opuestos que la hacen riesgosa y atractiva
Salir a beber la brisa. Ir en busca de lugares en el mundo que no hayan sido aún contaminados por manos y mentes profanas que no palpitan a través de sueños, deseos e impulsos casi impúberes que hacen brotar risas contagiosas... Espontáneas .
Desplegar el espíritu. Cerrar los párpados. Planear entre aromas. Aspirar sensaciones. Palpar sentimientos con las palmas extendidas. Hacerse uno con las experiencias vividas.
Sobornar al día y retardar el crepúsculo... no demasiado, sólo lo necesario para guardar en las retinas las últimas imágenes, los giros de la luz y del silencio.
Y luego si... descender desde los márgenes del aire... de las colinas del alma... siguiendo en el cielo las estelas del renacimiento....
Y más serenos, al volver... susurrar en los oídos las palabras que no existían y que encontramos en el firmamento.
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